No han pasado ni dos meses desde la victoria del PP en las elecciones generales por amplia mayoría. A pesar de que Mariano Rajoy vaticinaba que con su mera llegada arrastraría un efecto confianza en los mercados y en la sociedad en general y lograría frenar la sangría del paro en España, los datos hablan por sí mismos.
De todos modos, supongo que los votantes del PP podrían preguntarse dónde está aquella promesa, "Lo primero es el empleo", puesto que hasta ahora de lo único que se ha preocupado el Gobierno es de acometer ajustes para frenar el déficit (ajustes que casi siempre recaen sobre la gran mayoría de los ciudadanos, y también sobre los funcionarios -especie aparte: imprescindible, por cierto, el artículo de Francisco J. Bastida-, pero bueno, yo soy un rojillo, como me dicen un par de alumnos de 2º de Bachillerato cuando ven que los comentarios de texto casi siempre son de El País, y estoy extremadamente politizado, como dice mi madre, que pese a eso me quiere) y, de paso, frenar el crecimiento económico español, por no hablar de recortar nuestra sociedad del bienestar (las últimas ocurrencias, que yo sepa: excluir la reproducción asistida y limitar la asistencia a los crónicos, "¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema?", se pregunta la viceconsejera de Asistencia Sanitaria de la comunidad, siguiendo con esa línea ideológica tan propia y peligrosa de cifrarlo todo en términos económicos).
Y los votantes de izquierdas que permanecieron pasivos y se guardaron su voto hastiados con el PSOE (ni que no hubiera otras vías para la izquierda, empezando por el hecho de que el socialismo del PSOE hace tiempo que socializó con otras políticas menos sociales) tienen que estar tirándose de los pelos viendo cómo estamos volviendo a situaciones más propias de hace 50 años (léase la defensa a ultranza de los toros del inspirado e inefable Wert, la nueva ley del aborto del progresista Gallardón, aplaudida por el obispo de Córdoba -que, por cierto, dice que en la Escuela Pública incitamos a la fornicación, algo parecido a lo que ya dijera el viscoso Juan Manuel de Prada-, la no culpabilidad de san Camps -desde aquí abogo por su canonización- o el juicio a Garzón por revisar las desapariciones durante el franquismo).
O viendo cómo campea Ana (deja la) Botella a sus anchas por Madrid (no entiendo cómo cuándo el candidato que se ha elegido en las urnas deja el puesto porque es encausado o porque prefiere ser ministro no se vuelven a convocar elecciones: ¿no se puede considerar fraude electoral?) alumbrando brillantes ideas como la de que sean voluntarios los que cuiden centros públicos como las (inútiles, le faltó decir, ¿para qué queremos esas cosas con tapas y tantas letras?) bibliotecas (ya hay un actuable en la misma línea pidiendo que nuestra alcaldesa lo sea de forma voluntaria). En fin, para qué seguir, si cuatro ministros de Rajoy (y con esto queda dicho todo) son tertulianos de El gato al agua.
Leer la portada del Menéame se está convirtiendo en un ejercicio de terror más monstruoso que cualquier novela de Stephen King, con personajes de pesadilla como los ya citados, por no hablar de Cospedal, Esperanza Aguirre, Cristóbal gafapasta Montoro o la guinda made in Lehman Brothers de Luis de Guindos o Soraya Santamaría. Vaya párrafo más terrible me ha quedado, qué yuyu.
Antes hablaba de José Ignacio Wert (¿alguien comparte conmigo esa sensación de náusea que me produce ver su gesto agrio?) y a él vuelvo para cerrar la entrada. Con el nuevo Ministro de Educación, Cultura y Deporte parece que estamos ante la reedición de Esperanza Aguirre en su célebre etapa en el cargo. Cada vez que abre la boca sube el pan (y baja la credibilidad). O miente o mete la pata, y no sé cuál de las dos opciones es peor.
Los errores o las falsedades del ministro se suceden (¿Quién asesora a Wert?, Nuevo gazapo de Wert) y, mientras tanto, ya hemos encontrado el quid de los problemas de la educación en nuestro país: la asignatura de Educación para la Ciudadanía, centro de todos los estériles debates. ¿Casualidad, o interesa no hablar de los parches malintencionados de pasar a un bachillerato de tres años puliéndose 4º de la ESO (todavía si se añadiese un curso más, se entendería) con el principal objetivo de meter la concertación también en bachillerato? Ya se intuía, pero la nueva reforma educativa será un parche y encima un parche ideológico, como bien se indica en esta carta del director. Y es que ojito con el Wert y su vinculación a la Fundación FAES.