Harpo representando a la Escuela Pública |
Apenas hemos terminado las clases y ya llegan las instrucciones para el nuevo curso, que redundan en los mismos desequilibrios del curso recién terminado: más horas, más alumnos, más recortes, menos medios, menos interinos, menos atención a la diversidad.
La mayor parte de docentes saben lo que esto significa (aunque buena parte de esta mayor parte opte por mirar hacia otro lado), pero me parece que hace falta que la sociedad se percate de la persecución emprendida contra lo público. Falta que se le ponga cara a este desmantelamiento de una educación pública de calidad que atienda a todo el mundo por igual. Falta que se le ponga ojos, y boca, y oídos, y nariz, y el terrible gusto que deja esto en el paladar. Falta que la gente se dé cuenta de que hay que defender con uñas y dientes lo que redunda en un beneficio no para unos pocos que puedan permitírselo, que no excluye, sino que integra. Intensificar nuestras acciones en este sentido sería más constructivo incluso que una huelga indefinida a principio de curso (huelga indefinida que no contaría con una participación mayoritaria, no nos engañemos, por más que esa fuera la solución si todos lo lleváramos a cabo).
Hace falta una campaña que mentalice a los padres (palabra que, faltaría más, incluye a las madres) de lo que significa una clase de Primaria con 30 niños o una clase de Secundaria con más de 35. ¿De verdad piensa alguien que se puede atender igual a un niño en un aula masificada que en otra que no lo esté?
Habrá quien justifique estos recortes en la situación crítica de nuestro país. Es necesario porque no hay dinero. Y mientras, se subvencionan los uniformes en la escuela privada (y concertada). Y mientras, seguimos con la asignatura de Religión engullendo cantidades ingentes de presupuesto. Y mientras, mantenemos nuestras vendas en la justificación de un bilingüismo que no da ningún resultado y que lleva a cientos de profesores de ciencias o sociales al extranjero con el gasto que eso conlleva.
Pero no sólo son las instrucciones para el nuevo curso lo que incide en líneas alarmantes. Una medida que ataca directamente al bolsillo de las familias es eliminar las becas de libros de texto (quieren cambiarlo por un sistema de préstamos que no explican bien, pero si la Comunidad de Madrid espera que sean los centros quienes lo gestionen, lo veo complicado, si apenas hay para calefacción o para pintar paredes). A esto se suma los recortes en comedores y la firme intención en no tocar las subvenciones a la privada. O al aumento de tasas universitarias (y mayor exigencia para las becas) y de ciclos superiores. Queda claro que no es una cuestión laboral, sino social. Y que en este barco que se va a pique estamos todos.
Dejo para el final la última: reválidas para Primaria, Secundaria y Bachillerato. Una medida populista que satisfará a los que piden más dureza, más rigor, más esfuerzo y más exigencia. Una medida que beneficiará a aquel que pueda defenderse por sí mismo, pero que no ampara a aquellos con más dificultades. Otra medida que se desentiende de un gran porcentaje de alumnado que quedará al margen. Pienso en centros con altos porcentajes de alumnos inmigrantes o centros enclavados en barriadas humildes cuyas familias no pueden atender a sus hijos como quisieran, que obtendrán previsibles malos resultados en dichas reválidas. ¿Alguien cree que, por más que aseguren que "esas pruebas externas también servirán para diagnósticar los resultados
de los centros y las comunidades y así poder establecer planes de mejora", se asignarán recursos para paliar las dificultades?
Por eso y por muchas más razones, la respuesta contra los recortes tiene que ser mucho más contundente por parte de las familias. Podemos empezar, por ejemplo, firmando el manifiesto contra los recortes educativos. Levanta tu voz: Por una educación de calidad y en igualdad.
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