
Me quedé en el primer día y si bien ya ha pasado la primera semana post-viaje y se me ha quedado un poco anacrónico, continúo:
Saltándome la ortopédica caja de pic-nic que el hotel nos preparaba (incluía: un par de sándwiches revenidos, un sanjacobo en sándwich, una manzana pocha y una mandarina que parecía una pasa, más una minibotella de agua), creo que lo más apoteósico del viaje han sido los guías. El de Barcelona se llevó la palma. De la Barcelona olímpica prometida, nos llevó a Montjuic y al (puaj) Nou Camp, haciendo especial hincapié en acudir a sus tiendas, porque estaban muy bien(¿¿¿???), diciéndonos a cada instante que incluso vendían neveras (ya si tienen neveras es otra cosa, claro; de hecho, le íbamos a hacer una foto, pero no la vimos). Aunque los chicos como las castañuelas, ya que pudieron ver un entrenamiento del Barça (de los buenos sólo Messi entrenaba, aunque a Ronaldinho le vimos de refilón saliendo de su 4x4 de lujo tras su sesión de descanso habitual).
Y de la Barcelona modernista, fuimos al parque Güell, donde la verdadera explicación la recibimos de un hombre mayor, que dejó a los alumnos boquiabiertos con todo tipo de anécdotas transmitidas desde su abuelo, y la Sagrada Familia, donde la explicación consistió en decirnos que una fachada era de un arquitecto (no recuerdo cuál) y la otra de Gaudí. Olé.
Por la tarde, por nuestra cuenta, completamos la visita. Fuimos a las dos casas de Gaudí por el Paseo de Gracia (no recuerdo sus nombres...) y luego bajamos por las Ramblas y nos metimos en el casco histórico, callejas pequeñas, estrechas, con mucho ambiente y que fue lo que más me gustó de Barcelona, junto a la Catedral. Allí vimos el sol por última vez, por cierto.
El jueves, en el Delta del Ebro, bajo la lluvia, recibimos las explicaciones de un guía majete, pero que no callaba. Buf, qué manera de rajar. Los chicos nos veían a los profes, cuando ya llevábamos como una hora de explicaciones, y nos decían que éramos peor que ellos, que cómo le vacilábamos. Y el paseo por el catamarán, con el tío dando alaridos por el altavoz, sin parar, emocionado viendo garzas o pollas de agua a lo lejos. Cuando le dejamos de nuevo en su base, en el autocar, dijo una alumna: “Corre, corre, que se sube”. Hasta nuestro autobusero se meaba...
Estoy saltándome las noches, pero se pueden resumir en una palabra: playa. Bueno, en dos. Playa y botellón. Un poco a escondidas al principio, aunque el último día ya con nosotros delante (para que andarnos con hipocresías).
Ya el viernes, a Port Aventura. Se cumplieron los fatales vaticinios meteorológicos y nos llovió. Por suerte, no cerraron el parque. De 10 de la mañana hasta las 8 de la tarde, los chicos estuvieron montándose en todo tipo de atracciones, empapados pero felices. Como nosotros. Por la mañana a nuestra bola, enfundados en uno de los chubasqueros amarillos con el que me apodaron Piolín; y por la tarde, con ellos. Craso error. Y más porque dejamos el Dragon Khan para la tarde, ya que a mi compi le daba terror incluso acercarse a China y oír cómo tronaba cuando se acercaba la atracción.
Lo mejor de Port Aventura es la Lanzadera (qué pena de foto se perdió cuando nos subieron, yo muerto de vértigo y con la sangre en el suelo que habíamos dejado a no sé cuántos metros de altura y mi compi poniendo cara de perro cuando se dio cuenta de que nos iban a sacar una foto) y el Dragon Khan, donde también montamos y donde nuestros alumnos se compraron nuestra foto, que ahora está en el despacho de dirección...
Y si el día no había sido agotador, al ser la última noche... ¡Discoteca! Quedamos en que nos llevaban y traían a una y sí, para llevarnos muy diligentes, a pesar del diluvio universal que incluso inundó la carretera, pero para regresar, vaya tortura, hasta las cuatro y media nada, entre taxis y furgoneta (y policía y guardia civil, porque una tía estaba medio pedo en una terraza donde nuestros chicos se refugiaron y ya me veía yo yendo al cuartelillo a por ellos...). Aquí los chicos se pasaron horas bailando mientras guardábamos sus abrigos en unos butacones de la entrada. Y luego de guardia en el pasillo, teniendo que levantarnos a las 7 y media de la mañana para la visita a Tarragona. Encima todo el día con los pies empapados hizo que me cogiera una buena tiritona, que por suerte se me pasó a la mañana siguiente con las manzanillas.
Anécdotas: llega un alumno (en la disco) y me pregunta si le puedo hacer dos favores. Dime, le digo. El primero es que si puedo dejar mi abrigo, me dice. Déjalo, mira este montón, uno más..., le digo. Y el segundo que me dejes tu cinturón, que se me están cayendo los pantalones, dice agarrándolos desde los bolsillos. Y no veáis la maña para ponérselo, qué estampa...
Otra gorda, en Tarragona, en el museo: tras ver una peli que no sé de qué era (algo de Tarragona, claro) porque me quedé k.o. (pegándome un susto de muerte con el grito de la guía). Ya antes mi compi había tenido su sesión de vergüenza cuando en el autobús, mientras la guía nos comentaba cosas de Tarragona, tras haber tenido un rifirafe con el otro autobusero (“¿Sus llevo al hotel Casino?”) que era incluso más borde que el nuestro, se encontró con todos los chicos sobando como benditos, sin hacerle ni p*** caso.
Pero el caso es que al salir de esa sala, mi compi me dice algo de unos papeles que supuestamente tengo yo. Por lo visto (recuerdo que iba medio grogui) dije algo como que yo no tenía nada e hice gestos como haciendo entender que la mujer no tenía ni idea o no sabía de qué hablaba, que estaba loca, vamos. Ahí mi pobre compi quiso que se le tragara la tierra, ya que la señora nos estaba viendo y acto seguido dijo que no importaba y siguió la visita a toda prisa. Encima luego se me cayó una entrada a un charco mientras me metía el bajo del pantalón empapado. Todo esto bajo la atenta mirada y las risas de los alumnos...
Saltándome la ortopédica caja de pic-nic que el hotel nos preparaba (incluía: un par de sándwiches revenidos, un sanjacobo en sándwich, una manzana pocha y una mandarina que parecía una pasa, más una minibotella de agua), creo que lo más apoteósico del viaje han sido los guías. El de Barcelona se llevó la palma. De la Barcelona olímpica prometida, nos llevó a Montjuic y al (puaj) Nou Camp, haciendo especial hincapié en acudir a sus tiendas, porque estaban muy bien(¿¿¿???), diciéndonos a cada instante que incluso vendían neveras (ya si tienen neveras es otra cosa, claro; de hecho, le íbamos a hacer una foto, pero no la vimos). Aunque los chicos como las castañuelas, ya que pudieron ver un entrenamiento del Barça (de los buenos sólo Messi entrenaba, aunque a Ronaldinho le vimos de refilón saliendo de su 4x4 de lujo tras su sesión de descanso habitual).
Y de la Barcelona modernista, fuimos al parque Güell, donde la verdadera explicación la recibimos de un hombre mayor, que dejó a los alumnos boquiabiertos con todo tipo de anécdotas transmitidas desde su abuelo, y la Sagrada Familia, donde la explicación consistió en decirnos que una fachada era de un arquitecto (no recuerdo cuál) y la otra de Gaudí. Olé.
Por la tarde, por nuestra cuenta, completamos la visita. Fuimos a las dos casas de Gaudí por el Paseo de Gracia (no recuerdo sus nombres...) y luego bajamos por las Ramblas y nos metimos en el casco histórico, callejas pequeñas, estrechas, con mucho ambiente y que fue lo que más me gustó de Barcelona, junto a la Catedral. Allí vimos el sol por última vez, por cierto.
El jueves, en el Delta del Ebro, bajo la lluvia, recibimos las explicaciones de un guía majete, pero que no callaba. Buf, qué manera de rajar. Los chicos nos veían a los profes, cuando ya llevábamos como una hora de explicaciones, y nos decían que éramos peor que ellos, que cómo le vacilábamos. Y el paseo por el catamarán, con el tío dando alaridos por el altavoz, sin parar, emocionado viendo garzas o pollas de agua a lo lejos. Cuando le dejamos de nuevo en su base, en el autocar, dijo una alumna: “Corre, corre, que se sube”. Hasta nuestro autobusero se meaba...
Estoy saltándome las noches, pero se pueden resumir en una palabra: playa. Bueno, en dos. Playa y botellón. Un poco a escondidas al principio, aunque el último día ya con nosotros delante (para que andarnos con hipocresías).
Ya el viernes, a Port Aventura. Se cumplieron los fatales vaticinios meteorológicos y nos llovió. Por suerte, no cerraron el parque. De 10 de la mañana hasta las 8 de la tarde, los chicos estuvieron montándose en todo tipo de atracciones, empapados pero felices. Como nosotros. Por la mañana a nuestra bola, enfundados en uno de los chubasqueros amarillos con el que me apodaron Piolín; y por la tarde, con ellos. Craso error. Y más porque dejamos el Dragon Khan para la tarde, ya que a mi compi le daba terror incluso acercarse a China y oír cómo tronaba cuando se acercaba la atracción.
Lo mejor de Port Aventura es la Lanzadera (qué pena de foto se perdió cuando nos subieron, yo muerto de vértigo y con la sangre en el suelo que habíamos dejado a no sé cuántos metros de altura y mi compi poniendo cara de perro cuando se dio cuenta de que nos iban a sacar una foto) y el Dragon Khan, donde también montamos y donde nuestros alumnos se compraron nuestra foto, que ahora está en el despacho de dirección...
Y si el día no había sido agotador, al ser la última noche... ¡Discoteca! Quedamos en que nos llevaban y traían a una y sí, para llevarnos muy diligentes, a pesar del diluvio universal que incluso inundó la carretera, pero para regresar, vaya tortura, hasta las cuatro y media nada, entre taxis y furgoneta (y policía y guardia civil, porque una tía estaba medio pedo en una terraza donde nuestros chicos se refugiaron y ya me veía yo yendo al cuartelillo a por ellos...). Aquí los chicos se pasaron horas bailando mientras guardábamos sus abrigos en unos butacones de la entrada. Y luego de guardia en el pasillo, teniendo que levantarnos a las 7 y media de la mañana para la visita a Tarragona. Encima todo el día con los pies empapados hizo que me cogiera una buena tiritona, que por suerte se me pasó a la mañana siguiente con las manzanillas.
Anécdotas: llega un alumno (en la disco) y me pregunta si le puedo hacer dos favores. Dime, le digo. El primero es que si puedo dejar mi abrigo, me dice. Déjalo, mira este montón, uno más..., le digo. Y el segundo que me dejes tu cinturón, que se me están cayendo los pantalones, dice agarrándolos desde los bolsillos. Y no veáis la maña para ponérselo, qué estampa...
Otra gorda, en Tarragona, en el museo: tras ver una peli que no sé de qué era (algo de Tarragona, claro) porque me quedé k.o. (pegándome un susto de muerte con el grito de la guía). Ya antes mi compi había tenido su sesión de vergüenza cuando en el autobús, mientras la guía nos comentaba cosas de Tarragona, tras haber tenido un rifirafe con el otro autobusero (“¿Sus llevo al hotel Casino?”) que era incluso más borde que el nuestro, se encontró con todos los chicos sobando como benditos, sin hacerle ni p*** caso.
Pero el caso es que al salir de esa sala, mi compi me dice algo de unos papeles que supuestamente tengo yo. Por lo visto (recuerdo que iba medio grogui) dije algo como que yo no tenía nada e hice gestos como haciendo entender que la mujer no tenía ni idea o no sabía de qué hablaba, que estaba loca, vamos. Ahí mi pobre compi quiso que se le tragara la tierra, ya que la señora nos estaba viendo y acto seguido dijo que no importaba y siguió la visita a toda prisa. Encima luego se me cayó una entrada a un charco mientras me metía el bajo del pantalón empapado. Todo esto bajo la atenta mirada y las risas de los alumnos...
Y ya, montamos en nuestro bus y volvimos, sin ninguna gota más... Y colorín, colorado, este relato se ha terminado...