domingo, febrero 03, 2013

Dimitir, ese verbo cuya conjugación no existe en este país


Dicen los libros de historia que en una lejana fecha del siglo pasado (1972) y de un lejano país (EEUU), un presidente sacudido por un escándalo (el escándalo Watergate) dimitió. La grabación ilegal de unas cintas (a mí me suena todo esto a Gürtel en la Comunidad de Madrid, coleando desde 2009 sin ningún tipo de consecuencias, pero será que soy un paranoico conspiratorio) parece un caso menor de corrupción a tenor de lo que está pasando con el televisivo presidente que jura y perjura en dos palabras ("Es falso", viva la retórica) para desmentir el escándalo en el que unos papeles de contabilidad registran un sobresueldo sistemático desde hace más de una década. 

Aunque desde la pantalla rectangular del sobre que parece la tele que colocaron delante de los periodistas (en lo que es una de las imágenes más patéticas que recuerdo, y mira que últimamente se multiplican los esperpentos) dice nuestro Presidente que él no ha venido a robar, lo cierto es que este hombre que aparece encajonado en un sobre de plasma parece desmentirse a sí mismo.


En este país, pues, ¿qué hace falta para dimitir? Muertes ya hemos visto que tampoco (véase Madrid Arena) y saquear a los pobres para repartírselo a los ricos tampoco (de nuevo se pondrá en práctica la táctica de esperar a que las aguas cenagosas se calmen). Y pese a eso los diez millones de fieles indesmayables lo mismo siguen votándoles. A este o a los del lado opuesto, que no alzan la voz ni piden cabezas o, menos versallescamente, al menos explicaciones. ¿No hay más partidos que no se hayan podido beneficiar de estas leyes que favorecen los tejemanejes con los partidos políticos y los sindicatos? Seguro que sí, y seguro que otro ministro que no sea Gallardón decide que los abortos o la cuota para recurrir no son los ejes de una reforma legal que dice endurecerse, sino que los ejes de la Democracia hay que cambiarlos porque chirrían, apestan a óxido, a podredumbre. Habrá que votar a quien prometa una revisión a fondo de estos engranajes corruptos, ¿no?

Así que váyase, Rajoy. Pero váyase acompañado. Acompañado de todos los demás que siguen las mismas normas (tipo Armstrong y la falacia de sus siete tours de Francia, en años de competición adulterada donde las trampas estaban a la orden del día). Es hora de airear la mierda que cubre este país.