viernes, octubre 31, 2008

100. Centenario


No todos los días se cumplen 100 posts, así que para conmemorar esta distinguida cifra he pensado utilizar un escrito que mi compi de insti me pidió para la revista (que iniciará su andadura cuando se entreguen las notas) un texto que figurase en ella. En él hablo de mis inicios y es el siguiente, titulado (muy originalmente) "Los inicios":

Mi compañera M. me pidió que escribiera un relato para la revista. En principio, esto iba a ser un relato de ficción, hasta que mi compañera A. me dio una mejor idea: hablar de mi primer día como profesor; tema que voy a ampliar, por aquello de establecer paralelismos con los inicios de esta revista, a mis inicios como profe. Porque, como ya bien sabéis –en condición de los preadolescentes, adolescentes o postadolescentes que sois y por tanto inmersos en el difícil tránsito hacia la vida adulta–, los inicios son muy duros.

Y más cuando no se nace –en mi caso– pensando ser profesor. ¡Si yo estaba deseando salir del instituto! ¿Cómo he acabado entonces dando clases, y más cuando soy una persona lo suficientemente tímida como para evitar cualquier exposición en público? Aún no he hallado la respuesta porque soy más dado a hacerme las preguntas y quedarme con las dudas. Sólo sé que estudié una carrera de rebote (bendito rebote, me encantó), Filología Española, porque no sabía qué quería estudiar en el futuro y sólo tenía claro que huiría de las ciencias por el duro trago de mi COU (hoy 2º de Bachillerato) con mates, física, química y biología; y sé que a pesar de unas buenas prácticas para ser profesor y de una buena nota en mis primeras oposiciones, estuve en el paro un buen tiempo alternándolo con oposiciones de administrativo y trabajos de breve duración y la misma escasa retribución; y sé que cuando ya ni contemplaba como posible acabar de docente, aprobé mis segundas oposiciones y me dieron una vacante en un instituto de un pueblo muy, muy lejano de la Comunidad de Madrid.

Ya se había hecho la presentación de las tutorías y al día siguiente empezaban las clases de forma oficial. Que no cunda el pánico, pensé. ¿Que no qué? ¡Si ya está extendido el pánico, o de otro modo no estarías hablando contigo mismo!

Y es que me encontraba casi de improviso en “el otro lado” (para vosotros, el lado oscuro, claro), hablando con los que serían futuros compañeros míos y pensando que había alguna clase de error porque yo no podía ser igual que ellos y fingir que sabía lo que era un instituto desde esa óptica tan extraña. Al llegar, la muchedumbre se agolpaba a las puertas, ¡qué horror! Pero esos compañeros me ayudaron mucho y gracias en parte a ellos no huí despavorido y me dediqué a otra cosa (para desgracia de muchos de vosotros, jeje).

Tuve suerte mi primer día: empecé con un 1º de ESO y parecían asustados, aunque no sabían que yo lo estaba más que ellos. Me tranquilicé y después la mañana no fue tan dura como pensaba. Esas primeras semanas, llevaba preparadas mis clases casi hasta el extremo de contar los minutos para cada sesión, aunque pronto vi que lo principal era adaptarse a las situaciones que escapan a tu control:

Estás, por ejemplo, con los elementos de comunicación; toda la tarde anterior preparándolo, estudiándolo, revisando los ejercicios. Empiezas a explicar, y… “Profe, M. me está tirando papelitos”. “M., estáte quietecito”, dices sobre la marcha. Antes de que puedas proseguir, M interviene: “Es que L. me ha llamado gilipollas”. Y entonces se lía porque los demás compañeros necesitan opinar al respecto y de pronto te encuentras avasallado por una masa de voces confusas y acopladas. La de gritos que exhalé ese año mandando callar…

Poco a poco vas cogiendo tablas y conociendo a tus alumnos, pero hasta entonces estás expuesto a sucesos como la anécdota que voy a referir de ese primer año y que hace las delicias de mis amigos cuando se la cuento (me lo piden, ahondando en la herida):

Refuerzo de lengua. Viernes. Última hora. No hay modo humano de contener a aquellos seres bajitos y traviesos (el tiempo transcurrido suaviza mi forma de referirme a ellos; en esos momentos los adjetivos habrían subido de tono). Todo sucede deprisa y de forma confusa. En las últimas filas un pequeñajo por lo visto escupe a un chico que es como un armario. Se enfada. El pequeñajo y el armario se enzarzan en una persecución alrededor de dos mesas centrales. Al armario le faltan las babas para parecer rabioso. El pequeñajo va perdiendo fuerzas y si cae en sus garras no llegará a crecer en la vida. El profesor (yo), atónito, superado, piensa en la integridad del pequeño y por tanto decide abrir la puerta para facilitar su huida, pero no prevé lo que sucede a continuación: no sólo el armario le persigue, sino que el 95% de la clase sale del aula para jalear la pelea. Es decir, me quedo con apenas dos o tres en clase, la puerta en mi mano y una cara de estupor que no tiene precio. ¡Se me había escapado una clase entera! ¡Más que un profe parecía un mago, había hecho desaparecer a casi veinte alumnos! Luego las aguas volvieron a su cauce y nunca más se me ha escapado una clase entera, así que debe de ser cierto que aprendes con la experiencia.

¿O qué os creíais? ¿Que nacemos con la tiza en la mano? ¿Que pertenecemos a otra raza diferente a la vuestra y, en general, a la del ser humano, sólo preocupados por vuestra asistencia, que hagáis los deberes, estudieis, no pongáis tilde al ‘ti’ (bueno, eso ya más bien yo…) y no masquéis chicle en clase? ¿Que sólo existimos durante seis horas y luego nos desvanecemos para volver a materializarnos a las ocho y veinte? Pues no, somos también personas, como vosotros, y respiramos, dormimos, tenemos nuestras aficiones…

Eso sí, las vivencias en las aulas nos afectan de muchas maneras, tanto a corto plazo –es inevitable pensar el fin de semana lo que vamos a ver el lunes; o llevarnos las preocupaciones a casa si nos han montado un pollo o no sabes cómo solucionar algún problema–, como a largo plazo: el profesor que soy ahora o que seré después no es sino el compendio de todas las horas que he permanecido encerrado entre las cuatro paredes presididas por una pizarra y, sobre todo, habitadas por ese conjunto de alumnos (ahora vosotros) con sus miedos, preocupaciones, experiencias sueños, motivaciones... Y no hay nada mejor que presenciar vuestros inicios y ayudaros a que os forméis como personas y afiencéis vuestra andadura.

domingo, octubre 26, 2008

99. M. A. E.

Medidas de
Atención
Educativa.

Esas son las siglas y su significado. Viene a sustituir a S.C.R. (Sociedad, Cultura y Religión), donde los sufridos profesores debían permanecer dos horas aguantando el "estudio" de los chicos que no escogían religión. En nuestro instituto (no sé si es una medida generalizada) se pretende emplear estas horas para la lectura en voz alta.

En teoría, una buena idea, nunca está de más leer y se puede adquirir un buen hábito de lectura. Puedo observarlo los viernes en mi hora de guardia de biblioteca, cómo un tercero de la ESO sigue con atención la lectura de El camino, de Delibes. La profesora fomenta el interés no sólo con la lectura, sino por medio de preguntas, incisos, explicaciones sobre usos y costumbres de la época, recaba información sobre los pueblos de los alumnos, etc.

Esa es la teoría y una puesta en práctica. Otra diferente es la que realiza otra profesora con mis tutorandos. Están leyendo una obra de Pérez Reverte que no les gusta nada. Pero eso no es lo peor, sino que por lo visto sus dinámicas dejan mucho que desear. Los chavales me aseguran que las dos horas de MAE son las más insoportables de toda la mañana. Y encima una es el viernes a última.

Les estuve aplacando las quejas las primeras semanas argumentando que era una clase nueva, que cuando ya se sucedieran las sesiones se iría adaptando a la asignatura y que hablasen con ella.

Pero por lo visto esta profesora no transige. Sus respuestas cortantes a las preguntas educadas de mis alumnos (me consta) son del tipo que esa lectura le satisface intelectualmente a ella, pero encima comenta que nuestra lectura, Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia (al principio le pidieron leerla en vez de la de Reverte, pero entonces jugarían con ventaja respecto a los de las otras opciones), no vale porque el léxico es muy coloquial y pobre y no aporta nada.

A eso sumamos sus oídos sordos a ruegos de estudiar alguna hora (un poco de flexibilidad, por favor), que lee más de media hora un mismo alumno páginas y páginas y algunos ni participan en toda la hora, o que se ríe con bromas que sólo ella entiende... Las dos horas de esta señora van a acabar con el escaso interés por la lectura y me va a tirar por tierra que en el futuro consigan un hábito lector.

Claro, no te queda otra que decirles que hablaré con ella. La abordo en un intercambio: "Oye, creo que das a 4º B", pero me suelta que no, que ella da a 4º C. ¿¿¿??? Luego me dicen los alumnos que ella no los reconoce, que llevan casi un par de meses y a dos de ellas les pregunta que si son nuevas siempre que entran. Vamos, que la dichosa MAE, totalmente insustancial y de relleno porque no es evaluable, es mi mayor quebradero de cabeza... A ver qué me contesta cuando le sugiera que lean, por ejemplo, El niño con el pijama de rayas.

viernes, octubre 17, 2008

98. De cero


No, no estoy suspendiendo a nadie (de momento), simplemente me estoy refiriendo a las encantadoras evaluación cero que supuestamente guían u orientan el inicio de los cursos, pero que en la práctica acaban resultando ser una pérdida de tiempo. Así, martes y miércoles fuera de casa de siete y cuarto de la mañana hasta las ocho y media de la tarde, para..., ¿para qué? Eso me pregunto yo...

En teoría se diagnostican los casos problemáticos o que requieren de alguna atención, pero a la hora de la verdad los compañeros se suelen ir por las ramas en conversaciones paralelas a la evaluación y los casos que te gustaría contrastrar con otros compañeros a veces ni se sacan a colación a no ser que los refieras tú en última instancia, descubriéndose con sorpresa que ese alumno del que no se iba a comentar nada está con un informe de primaria en el que figura como hiperactivo y con no sé cuántas historias más.

En una evaluación, la orientadora me comentó que le estaba pareciendo "de tripis" por las situaciones esperpénticas y surrealistas que se producían. Ejemplo: hablamos de que a un niño se le valore para entrar en compensatoria en lengua; entonces el de mates salta y dice que no se lo saquen. "No, no, si es para lengua", le aclara mi compi de lengua. "No, no, que no me lo saquen", insiste el hombre, erre que erre. Y hubo que repetir la escena un par de veces más...

Por mi parte, me estrenaba como tutor en una junta de evaluación tras un año pasando más inadvertido y creo que superé con nota el trance, puesto que conseguí terminar mi evaluación en diez minutos, cosa que me agradecieron los compañeros porque la mía era la última sesión de la jornada. Es lo que tiene ir al grano.

Y a todo esto, en la mañana, una alumna de primero, la que más quebraderos de cabeza me está dando por su falta de educación, de respeto y de comportamiento, siempre contestaria, amenazando con denunciarte, replicando a todo lo que digas, hablando con compañeros, soltando groserías, desobedeciéndote sistemáticamente, coge y amenaza con tirarse por la ventana. Y va la tía, se acerca a la ventana, pega un salto y queda con medio cuerpo fuera. Con toda la serenidad del mundo, la mandé para jefatura, sin dar importancia alguna a su salida de tono, a pesar del susto. Algo similar a cuando le brotan sus lágrimas de caimán. Ni la miro ni, por supuesto, la consuelo.

miércoles, octubre 08, 2008

97. El sol siempre brilla cuando me acuerdo del paraguas


Siento la chorrada del título, pero ya que la entrada versa de una mezcla de ideas y no encontraba un nexo común y hoy he paseado el paraguas para ver brillar el sol... Como se me ha ocurrido esa frase, ahora voy a tratar de que parezca algo intencionado y procuraré establecer paralelismos con lo que voy a contar (algunas paradojas o contrasentidos, vaya):

Por ejemplo, empezaré refiriendo de qué tarea respecto a mi tutoría me he ocupado.(Aviso: la complejidad que entrañaba y la responsabilidad que acarreaba me ha resultado por momentos imposible de digerir). Y es que me he encargado durante una guardia de... ¡Pegar las fotos de mis tutorandos en los carnés del instituto! No sé por qué no lo podían haber hecho en secretaría, pero bueno...

Otra queja: desde antes de empezar el curso me apetecía llevar a cabo un taller de literatura. Me parece que desde no sé qué instancias promovían este tipo de actividades vespertinas y ya que he impartido un curso y que tengo material y sobre todo afición, me parecía una buena idea. Al final, hoy lo he consultado con el director, tal vez fuera de plazo o sin mucha idea de este tipo de actividades, pero la respuesta totalmente evasiva me ha hecho olvidarme por completo del asunto.

Por último, en la última clase de lengua dividí a mis alumnos en grupos de cuatro con dos hojas de ejercicios que recopilaban parte de la materia de sintaxis dada (perífrasis verbales, valores del 'se'). Durante el fin de semana había establecido como criterio entremezclar aquellos alumnos que están siguiendo bien las explicaciones y resolviendo bien los ejercicios con aquellos que más dudas demuestran o que no han hecho los ejercicios. Mañana dedicaremos la segunda sesión y veremos si esta iniciativa, cercana al aprendizaje cooperativo, sirve para que el examen del viernes sea exitoso.

PD: Muchas gracias por tu comentario, Inma. Espero que muy pronto te veamos por las aulas.

sábado, octubre 04, 2008

96. Una de las pegas de la tutoría

Aparte del martes fatídico en el que levanté un ojo, vi demasiada luz y me di cuenta al instante de que la puñetera alarma de mi móvil no me había despertado y ya eran las 8 y cuarto (no sé cómo conseguí llegar a 2ª pidiendo un taxi y corriendo para llegar al autobús), y dejando de lado para el próximo post una lista más reducida de las lecturas juveniles que he estado leyendo y de las que tengo algunos informes (algunas lecturas venían en la lista, otras se incorporarán en su próxima edición), quería centrarme en esta ocasión en mi tutoría.

Para conocer un poco más a los chicos y para fomentar sus relaciones, la última tutoría estuvo centrada en algunos juegos al respecto. Poco a poco iré mejorándolo y no consumiré las actividades en media hora (qué conciso y directo soy a veces...).

Dentro de unos quince días me reuniré con los padres por la tarde y eso me costará un poco, que tras el último año lejos de las labores de la tutoría me había olvidado de ese fatídico momento.



Otro de los aspectos más duros de la tutoría es cuando los alumnos te hacen llegar quejas sobre otros profesores. Compañeros tuyos. Que si la de latín no explica (que eso pase, aunque me haya costado dos semanas saber quién era esa profesora), que si el de educación física sólo conoce el fútbol como deporte y les hace comprar un libro de texto que luego no utilizarán (pues no lo compréis, les dije) o, lo peor, que si el de (pongamos) naturales, a causa de una grave enfermedad que acabará con su vida en breve (dicen que les dijo una profesora) se toma las clases poco en serio, da golpes en la mesa, les dice cosas que no vienen a cuento... Tendré que informarme mejor sobre lo que quieren que haga yo al respecto, porque lo que está claro es que no me enfrentaré a ese profesor para preguntarle que si está enfermo y que si por eso pasa de sus alumnos...