Adaptación libre de Canción de Navidad, de Charles Dickens.
Para empezar, la Pública había muerto. ¿Esperanza Scrooge lo sabía? Por supuesto que sí. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Esperanza Scrooge era su principal administradora, pero no le afectó terriblemente el acontecimiento.
Esperanza Scrooge era una mujer huesuda, pecadora, de nariz puntiaguda, rostro arrugado (¡salvo en breves periodos de tiempo, los de las elecciones, donde rejuvenecía gracias al Photoshop), voz crispada , insulto fácil (lo que algunos ignorantes llamaban “decir las cosas por su nombre”). Una escarcha helada le cubría la cabeza, las cejas y la barbilla estropajosa. Lo peor, sin duda, era su afán privatizador, pues era una antítesis de Robin Hood: quitarle a los pobres para dárselo a los ricos. Por eso, jamás la paraba nadie por la calle para decirle con mirada sonriente “qué tal está?”, los pobres no le pedían limosna, los niños no le pedían la hora…
Aquella Nochebuena del año en el que había acumulado los mayores desagravios contra la Pública, algo que le hacía estar orgullosa y satisfecha, llegó a su palacio y se asustó al ver en la aldaba el color verde (color que había desterrado de todos sus aposentos). Esperanza Scrooge, sin embargo, no era mujer que se impresionara fácilmente, y negó con la cabeza: “¡Paparruchas!”. Subió hasta habitación y siguió con sus habituales rutinas, no sin antes acostarse hojeando los informes de sus subordinados, donde claramente se indicaba que por primera vez en mucho tiempo, los centros privados y concertados superaban a los públicos.
Entonces, se apareció el fantasma verde de la Pública.
–¿Qué quieres de mí? –le preguntó Esperanza Scrooge tratando de ocultar su pánico.
–¡Mucho! –le contestó el Fantasma verde mirándole fijamente a los ojos con esa expresión que sólo los condenados pueden albergar.
–¿Quién eres? –volvió a preguntar Scrooge.
–Pregúntame quién fui… En vida fui la Pública.
Esperanza Scrooge no creía en lo que estaba viendo y se lo dijo al espíritu de la Pública. Adujo que su aparición sería fruto de una indigestión, aunque el Fantasma de la Pública dio un grito tan lúgubre y espantoso que Esperanza se sujetó a la cama como pudo, cayendo de rodillas ante el espectro.
–¡Compasión! –dijo–. Atroz aparición, ¿por qué me torturas? ¿Por qué vienen los espíritus a la tierra y por qué se me aparecen a mí?
El espíritu le dio una explicación sobre compartir la felicidad en la tierra y de nuevo lanzó un grito y sacudió la cadena y sus sombrías manos. Esperanza Scrooge le preguntó por qué estaba encadenado.
–Llevo la cadena que me forjaste en vida. Me la hiciste eslabón a eslabón.
Esperanza Scrooge quiso que le contara más, pero el Fantasma de la Pública le dijo que no se le permitía contarle mucho más salvo que estaba allí para tratar de que se arrepintiera y reparara sus daños: “esta noche estoy aquí para advertirte que tienes todavía una oportunidad de cambiar mi destino. Recibirás la aparición de tres espíritus. Mañana el primero llegará cuando la campana dé la una. El segundo vendrá la noche siguiente a la misma hora, y el tercero cuando la última campanada de las doce haya dejado de vibrar. ¡Procura, por tu propio bien, acordarte de lo que ha pasado entre nosotros!
Dicho esto, el espectro cogió sus cadenas y salió por la ventana gimiendo y padeciéndose por su triste y adverso destino. Fuera, en la calle, se unía a otros fúnebres gritos de lamento, de pena, de pesar. La bruma se los llevó al cabo de un tiempo. Esperanza Scrooge cerró la ventana y examinó la puerta por la que había entrado el fantasma, que seguía cerrada con dos vueltas de llave (hacía no mucho habían intentado robarla). Intentó decir “¡Paparruchas!”, pero se detuvo en la primera sílaba y por la emoción de los avatares cayó en la cama y se quedó dormida en un instante.
Cuando Esperanza Scrooge se despertó estaba muy oscuro. Le parecía imposible haber dormido todo un día y parte de la noche siguiente. Miró por la ventana y seguía haciendo muchísimo frío y seguía habiendo muchísima niebla. Llegaron los cuartos de la hora señalada, y se alivió al ver que no había venido nadie, pero al instante un resplandor iluminó su dormitorio y una mano abrió las cortinas de su cama.
Una figura extraña que parecía un niño, se presentó: “Soy el espíritu de las Navidades pasadas. ¡Levántate y ven conmigo!”. Esperanza Scrooge estaba en zapatillas, bata y gorro de dormir, pero no opuso resistencia. Le llevó hacia la ventana y traspasaron la pared para llegar a un camino en medio del campo.
–¡Santo cielo! –exclamó emocionada Esperanza Scrooge–. En este lugar me crié. ¡Aquí viví de niña!
–Estos son solo sombras de las cosas que han existido. Nadie es consciente de nuestra presencia.
Llegaron a una vieja escuela. “La escuela no se encuentra vacía del todo. Una niña solitaria, abandonada por sus compañeros, sigue ahí”. El espíritu le hizo comprender sin palabras que esa niña abandonada y reconcentrada en sus pensamientos había empezado a urdir un siniestro plan de venganza por haberse quedado sin amigos. No importaba que siempre en sus juegos propusiese ser la jefa y los demás sus sirvientes y que por eso se habían cansado de ella. Sin embargo, ahora la nostalgia le ahogaba y por eso se emocionó cuando el escenario cambió para adelantarse unos años más y vio que su escuela se caía a cachos antes de mudarse a un colegio de monjas.
Posteriores escenas de su adolescencia y juventud siguieron haciendo mella en su ánimo. Veía que en los posteriores colegios religiosos, rezando y yendo a misa sin descanso, con aquellos compañeros uniformados y redichos, no era tan feliz como cuando compartió estudios con aquellos pobrecitos que sufrían y soportaban sus desmanes y sus ínfulas de poder.
–¡Espíritu! –dijo Scrooge–, ¡no me enseñes más! ¡Llévame a casa!
Pero el espíritu de las Navidades pasadas le dijo que faltaba una sombra más, con lo que el punto culminante de aquella visita fue cuando se vio jovencita y lozana desdeñando al gran amor de su vida porque era un pobre paria que había estudiado en un instituto público.
De pronto todo el escenario se tornó negro y vio que había vuelto a su cama, donde cayó en un profundo sueño. Volvió a despertarse cerca de la una y fue ella misma quien descorrió la cortina para no llevarse otro sobresalto. Vio un resplandor en la habitación de al lado y oyó que la llamaban. Allí vio a un gigante con aspecto glorioso, que se presentó: “Soy el fantasma de las Navidades presentes. ¡Mírame!”. Le contó que tenía más de 2000 hermanos mayores y a continuación le exhortó a Scrooge que tocara su manto.
Eso le transportó a las calles sucias y contaminadas de su caótica ciudad, donde la lotería había pasado de largo y sin embargo la gente se esforzaba en mostrarse cordial y animada, tratando de pasar de largo por los problemas acuciantes de no tener empleo o de seguir padeciendo las amenazas de recortes, de bajadas de sueldos, de más horas de trabajo (incluso los domingos y festivos)… Continuaron, invisibles, la visita, metiéndose por los suburbios de la ciudad. Llegaron hasta un barrio humilde, una pequeña casa con un grupo alborotado de niños celebrando la Navidad con alegría a pesar de que no había calefacción y apenas un plato para cada uno. Esperanza Scrooge reconoció al hombre que acababa de entrar: uno de esos manifestantes indecentes que le habían pedido no cerrar el colegio público porque no podría permitirse el concertado lujoso que estaban a punto de estrenar.
Ese hombre cargaba con uno de sus hijos pequeños al hombro, un pequeño que necesitaba una pequeña muleta y un aparato metálico en las piernas. Se sentaron sobre la mesa y un pequeño refrito de productos casi caducados fue recibido con gran alborozo, sobre todo a la hora del ganso, que sabiamente la mujer había conseguido aderezar. “¡Feliz Navidad para todos!”, gritaron a coro. Esperanza Scrooge preguntó por el pequeño de las muletas y el Espíritu de las Navidades presentes le dijo que tendría que abandonar la escuela el año siguiente porque su amenaza de que la enseñanza no fuera obligatoria seguiría adelante.
Esperanza se sorprendió cuando se propuso un brindis en su honor: “¡Un brindis por la señora Esperanza Scrooge, la benefactora de la fiesta!”. Un poso de oscuridad se cernió sobre la familia. Sin duda, ella era el ogro de la familia. Cuando su visión se desvanecía, Scrooge tuvo los ojos puestos sobre todo en el pequeño de las muletas y siguieron visitando lugares humildes donde la educación se había convertido en un lujo que no se podían permitir, hospitales donde enfermos que esperaban meses de espera dejaban un hueco en sus corazones para disfrutar de la Navidad, casas de mendigos, cárceles y todo tipo de refugios de la miseria donde estaba vedado el paso de la educación.
Al terminar aquella agotadora noche, Esperanza Scrooge se fijó en algo raro que sobresalía de la túnica del Espíritu: “¿Es un pie, o una garra?”.
–¡Hombre! Mira aquí. ¡Mira, mira aquí abajo!
Eran un niño y una niña. Amarillos, exiguos, harapientos, lobunos, postrados en su humildad.
–¿Espíritu, son tuyos?
–Son tuyos, se agarran a mí suplicantes apelando contra tus privatizadoras maniobras. Este chico es la ignorancia. La chica es la necesidad. Sé consciente de los dos, pero sobre todo sé consciente de su condena.
Nada más llegar de nuevo a la habitación de Esperanza Scrooge, la campana dio las doce. Un espectro solemne, cubierto y encapuchado, envuelto en un negro profundo que le ocultaba la cara y la figura, salvo su mano extendida, sustituyó al anterior. Era alto y majestuoso y su misteriosa presencia le infundía pavor, sobre todo porque no hablaba. Esperanza Scrooge preguntó:
–¿Estoy en presencia del Espíritu de las Navidades venideras?
El espíritu no contestó, sino que hizo un gesto con la mano señalando hacia delante. Sus ojos fantasmales la miraban fijamente, pero Esperanza Scrooge se armó de valor para seguir su sombra. Llegaron a un montón de escombros, bajo cuyos restos un grupo abigarrado de mendigos trataba de calentarse en los rescoldos de una fogata pestilente. Oyó cómo comentaban un luctuoso suceso, aunque ninguno mostraba mucho pesar. “Lo malo es que ya sea demasiado tarde y esta escuela pública no vuelva jamás a levantarse, el daño ya está hecho”.
Pasaron a otro escenario, una miserable tienda de empeños. Dos mujeres y un hombre le estaban vendiendo una serie de objetos que habían robado en casa de la recientemente fenecida. Los tres defendían su derecho a subsistir, lección que habían aprendido precisamente de ella. Esperanza Scrooge se preguntaba de quién estarían hablando y temblaba ante la falta de misericordia de la que hacían gala. Ninguno le perdonaba que hubiera destruido el futuro de sus hijos y sólo se hubiese preocupado de los pudientes.
Llegaron hasta el lecho de muerte. Un velo la cubría, no así las cortinas de la cama, que habían sido arrancadas. La soledad era tan acentuada que Esperanza Scrooge rogó al espíritu que le llevara a alguien en la ciudad que se sintiera conmovido por la muerte de esta mujer. “¡Muéstramelo, espíritu, te lo suplico!”. Sin embargo, se trasladaron a un lugar donde el único sentimiento que había era el de alivio. Reconoció la casa de aquel hombre y su hijito tullido, y se entristeció al oír que se había descarriado cuando los orientadores tuvieron que irse a sus casas y cuando las tutorías se suprimieron para dar matemáticas intensivas que el chico no entendía. Ahora estaba en la cárcel, enganchado a la heroína.
A continuación, visitaron el camposanto, una vez que Esperanza Scrooge comprobó con extrañeza que su oficina estaba ocupada por otras personas. Al leer su propio nombre en la lápida, “ESPERANZA SCROOGE”, se echó de rodillas y lloró: “¡Oh, no! ¡Espíritu, escúchame! Ya no soy la misma mujer que antes. No seré quien podría haber sido si no fuera por tu intervención. ¿Por qué me enseñas esto si ya no tengo ninguna esperanza? ¡Asegúrame que estoy a tiempo para cambiar estas sombras que me has enseñado si cambio mi vida! Honraré las Navidades con todo mi corazón e intentaré mantener el espíritu de la Pública todo el año. Los espíritus del pasado, presente y futuro lucharán dentro de mí y no rechazaré las lecciones que me enseñen”.
Sostuvo la mano del espectro, pero el espíritu lo rechazó. Cuando se quiso dar cuenta, vio que estaba agarrando un pilar de la cama. Esperanza Scrooge se regocijó y se propuso cambiar desde ese mismo momento. No podía dejar que la excelencia fuera un asunto que lastrara a tanta gente, ni podía dejar en la estacada a tantas familias humildes. Se esforzó tanto en que la Pública no desapareciera, que pronto las subvenciones a los centros privados y concertados se tornaron en las ayudas que le hacía falta a la Pública. Dejó de perseguir el color verde y lo llevó por fin en su corazón, como símbolo de su propio nombre. Acogió al chico de las muletas proporcionándole una atención individualizada y una PT que le atendiera y prácticamente se convirtió en una segunda madre para él y para todos los alumnos de la Pública. Y lo mejor de todo es que recibía a cambio una inmensa alegría, y no tanto déficit como al principio temía. La comunidad prosperó y se la recordó como una dirigente que supo variar su política de estrechas miras y entró a formar parte de los escogidos que siempre se veneran.
FIN.
¡Felices y Verdes Fiestas para todos!
9 comentarios:
Muy buen cuento, ojalá fuera cierto que los dirigentes cambiaran en Navidad por la visita de los fantasmas, por desgracia no aprenden la lección y nos espera un 2012 peor que el año anterior. Seguiremos leyéndonos :)
Por cierto, la adaptación de cuentos a alegorías actuales es una actividad con potencial didáctico....
Genial, profe de lite y lengua.¿Lo leerá Esperanza? ¿Lee Esperanza cuentos de Navidad? ¿Esperanza lee? Feliz Navidad.
¡Qué bueno! Por cierto, ya tengo mi camiseta verde, me la ha traído la sobrina de una amiga que es profe en Madrid. :-)
JULIO: Sí lee, ¿no te acuerdas de aquello que contestó cuando le preguntaron por Saramago? Dijo que sí, que esa chica tan maja llamada Sara Mago. :-D
¡Feliz Navidad a los tres!
Eduideas: en efecto, ojalá que los políticos recibieran visitas de fantasmas...
Julio: muchas gracias. Interesantes cuestiones, e inquietantes suposiciones las nuestras en forma de respuestas...
amelche: la camiseta es kit indispensable, jaja. Espero que no corra la voz de la persecución por allí también.
Estupenda versión, Julián, ojalá le llegue a la lideresa. Aunque me temo que "Cuando la marea verde despertó, Esperanza todavía estaba allí...". Un abrazo y Feliz Navidad, nos vemos en la próxima.
Muy ingeniosa esta felicitación y esta versión del cuento de Dickens ;) Sería ideal una explosión de magia verde...Esperemos que al menos el 2012 no sea peor que el presente. Un abrazo.
Ayyns, el anterior comentario lo he hecho sin darme cuenta desde la cuenta de mi padre...jajaa. Ya no lo borro porque suscribo esas palabras, salidas involuntariamente desde una identidad que no es la mía...;) Un beso.
Carlota: me temo que sí, que ese microrrelato es el máximo de líneas que debe soportar esta mujer como lectura... Felices Fiestas y hasta la próxima.
Marian (y Jose): que tus deseos de que el 2012 no sea peor que el presente se hagan realidad, que falta nos va a hacer... ¡Besos!
¡Ojalá pudiese creer en los milagros! La conciencia de doña Esperancita es semejante a la del Magistral de La Regenta.
Mil gracias por el relato, me he sentido como un diablo cojuelo por el Madrid del siglo XXI.
Dama Duende.
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