jueves, abril 19, 2012

246. Mariano Manos Tijeras, la fábula

Érase una vez, un reino cargado de deudas, deudas que habían contraído personas que nunca iban a pagarlas. Bien porque el sistema estaba a su favor, bien porque en ese reino la justicia se aplicaba a rajatabla contra fetos (perdón, vidas) y contra jueces disidentes. Caciquelandia, le llamaban algunos a este reino donde cada vez más unos pocos vivían mejor a costa de los muchos que vivían peor. 

Lo bueno de este reino (lo bueno para los que nunca pagaban el pato, al contrario que los vasallos, que a pesar de no haber sido los que habían derrochado eran los que tenían que cargar con las consecuencias) era que cada día se sumaba alguna noticia que superaba a la mala noticia del día. Y es que este reino formaba parte de un continente y este continente le exigía no trabajo para sus conciudadanos, sino una cosa llamada déficit, y la controlaba por medio de otro arcano: la prima de riesgo. 

Pero basta de generalidades y vayamos con nuestros héroes: por supuesto, este reino era gobernado por un Rey. Este rey nada tenía que envidiar a los caballeros andantes de antaño, puesto que era tan valiente y fiero que se le apodaba ni más ni menos que 'el Cazaelefantes'. Se valía de su fiel escudero, su nieto, 'Pegatirosenelpie'. Aunque, si hemos de ser sinceros, este Rey no pintaba mucho, puesto que su Corona no ejercía el poder real, tan solo amparaba yernos con afecto por lo ajeno (eso sí, cuando pidió, contrito, perdón, y no lo volveré a hacer -o al menos no os enteraréis-, quien más quien menos empolvó su escopeta, y pobrecito, que encima se ha jodido la cadera).

El verdadero héroe de este Reino era el caballero andante Mariano Manos Tijeras. Como en toda leyenda-cómic-fábula que se precie, nuestro héroe gozaba de unos superpoderes especiales: amén de su retórica ("Esto es injusto; es decir, no es justo", figuraba como una de sus frases legendarias, la que pronunció cuando le tocó defender los intereses de su Reino..., ah, no, de una empresa privada de su reino, contra los malvados pibes de La Plata, que osaron hacer uso de su propia materia prima), contaba con una saliva especial que fabricaba a través de sus 'eseshh' viperinas y, además, sus extremidades acababan en tijeras y podaba todo lo que veía, sobre todo si apestaba a público. Él solito había puesto fin a 8 años de tiranía e incompetencia.

Por si fuera poco, contaba con su particular Tabla Redonda: la caballera (pues basta ya de tanto masculino genérico) Cospedal la Bienpagá, armada a lomos de su retórica de oraciones simples enunciadas a ritmo de tres segundos cada frase siguiente (infalible arma de destrucción por aburrimiento); los hermanos Calvatrava, De Guindos y Montoro, una especie de monstruo de dos cabezas peladas; Matos a la chita callando, imparable con sus recetas; el sin par Wertgüenza Lengua de oro, encargado de encauzar a los disidentes de la llamada Marea Verde a base de chascarrillos (los niños van a socializarse) y mentiras pseudorretóricas (no se va a mermar la calidad de educación con 36 niños por clase); y la inclasificable duquesa Aguirre Yomeloguisoyomelocomo, adalid de los menesterosos de Serrano, ayudada por la no menos loada Esposa de Aznar sin elecciones que la respalden mediante, cuyo estandarte dibujaba peras y manzanas (por separado, por supuesto).

Robar a los pobres para dárselo a los ricos, era su lema, y lo cumplían a rajatabla, después de persignarse e hincarse de hinojos frente a la Cruz. Aranceles, tributos y todo tipo de impuestos eran la consigna para contentar al temible Dragón en la sombra, el monstruo que echaba fuego gracias a la combustión del dinero. El sistema era perfecto: desolar a la población con reformas laborales para que cundiese el desánimo y se aceptase la frustración y el pesimismo, reprimir los conatos de revueltas prohibiendo todo tipo de manifestaciones, cargarse cualquier atisbo de estado de bienestar, bien a través de medicinas cada vez más caras, bien a través de billetes de metro inasequibles, bien hacinando a los pequeños en clases y con maestros marcados a sangre y fuego por sus inapropiadas y nada patrióticas pretensiones de preservar un sistema público: ¿que no querías 20 horas lectivas? Pues te vas a comer 23. ¿Que te parecía mal bajarte el sueldo? Pues te voy a quitar más complementos. ¿Que tengo que echar a los interinos del sistema? Pues espérate, que me sobran funcionarios... ¿Que podríamos recortar puliéndonos los 15.000 profesores de religión dejando de impartir dicha asignatura? No me tientes, que lo mismo volvemos al catecismo...

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado (como sigamos impasibles).

1 comentario:

ortodonzia invisibile dijo...

No es la primera vez que leo los articulos que publicas y con sinceridad te digo que me agradan mucho,tienes un modo un poco ironico para decir las cosas y contar la realidad de nuestro pais.Optimo post.Daniela